Fueron mil partidos en uno, varias vidas, alegrías y tristezas, bodas y funerales. No faltaron los goles, siete, ni el árbitro, que señaló tres penaltis, todos discutibles. Los Clásicos se sueñan así, aunque el resultado tendrá más o menos partidarios. Ganó el Barça para demostrar que sigue vivo y para cerrarnos la boca a unos cuantos, para apretar deliciosamente la Liga. Messi firmó un hat-trick y reclamó el Balón de Oro. El Atlético es el nuevo líder del campeonato.
Remontémonos a la prehistoria. Ya de inicio, el Barcelona salió vencedor del primer combate. El Madrid adelantó la línea de presión e invadió terreno enemigo con el único objetivo de que el Barça no iniciara su letanía hipnótica de toques y toques. Los jugadores de Martino saltaron ese primer obstáculo y lo hicieron como en los viejos tiempos, como si disfrutaran del paseo en el precipicio. Ya en el mediocampo, la vida del Barcelona resultaba mucho más plácida porque el Madrid se replegaba y esperaba en su campo.
A los seis minutos, y fruto de ese dominio, marcó el Barça. Messi se bastó para desequilibrar el sistema defensivo del Madrid. Penetró por el centro, Carvajal acudió a la ayuda de los centrales y por su espalda surgió Iniesta. Su zurdazo hizo invisible a Diego López. Para quien marcó en la final de un Mundial el resto de goles son como pegar sellos en un sobre.
Messi estuvo muy cerca de marcar el segundo gol, solo y en ventaja, pero entonces sucedió algo prodigioso: chutó mal con la zurda. Concretamente, chutó como un diestro. Nunca le sentimos tan cerca. Neymar también desaprovechó una ocasión muy poco después. Lo suyo fue todavía más doloroso porque pareció lento y torpe, como ausente. Lo estuvo todo el partido, incluso en su levísimo momento de gloria, en el penalti de Ramos. Ni eso mitiga la decepción. Dan ganas de olvidar el Neymar y llamarlo simplemente Júnior, como a los hijos pazguatos de papás listos.
Del 0-3 virtual pasamos al empate. El fútbol tiene estas cosas. Di María lo había avisado minutos antes y la jugada se repitió con una única diferencia: Benzema no falló. Valdés desvió el cabezazo del francés, pero fue para torturarse; la pelota picó en el poste y acabó en la red. Por cierto: Mascherano debería denunciar a quienes insisten en ponerlo de central. Ni tiene el oficio ni tiene el cuerpo, tampoco la estatura.
Los cuatro minutos que siguieron merecen un relato más pausado. Después de asistir, Di María quedó tendido en la hierba, extrañamente desfallecido, sin aire por primera vez en su vida. Hasta tuvo que ser atendido. Ignoro si en la banda le ofrecieron sales o un solomillo con patatas, pero el hecho es que, cuando volvió al campo, cuatro minutos después, no fue para recuperar sensaciones, sino para repetir la jugada del gol. Mascherano volvió a equivocarse y Benzema perfeccionó el remate, control con el cuádriceps y voleón a la red.
El Barça comenzó a acusar el cansancio. Su posesión se hizo inútil y entonces recordamos su incapacidad para abrir un paquete rasgando el envoltorio. Messi rescató al equipo cuando se hundía en dirección al fondo de la piscina. Lo hizo todo: escribió el guión y preparó el escenario. En su plan utilizó a Neymar como si fuera una silla, u otro objeto absurdo en mitad de una pradera, como algo más negligente que una pared. Cumplida la distracción, Messi marcó con la zurda. El Barcelona recuperó el pulso.
En la segunda mitad, todo se aceleró más, o quizá sólo fue nuestra tensión arterial. Valdés evitó el tercero en un mano a mano con Benzema pero la alegría le duró poco. De vuelta a su portería, Undiano pitó penalti por una falta de Alves a Cristiano fuera del área. El portugués transformó.
Por segunda vez, el Barça vislumbraba otra montaña más grande al acercarse a la cima. Por enésima ocasión, Messi acudía al rescate. Su pase, fuera de la geometría conocida, situó a Neymar delante de Diego López. Queda por saber si Ramos le rozó o le sopló. Queda por saber si Neymar hubiera marcado gol o se hubiera dormido sobre el balón. El penalti lo ejecutó Messi y empató el partido.
La sentencia llegó de otra pena máxima. Iniesta caracoleó en el área con la intención de ser derribado y con ese propósito se enganchó entre Xabi y Carvajal, como si las piernas de ambos fueran un zarzal. Undiano, de nuevo, señaló penalti con el entusiasmo y la pose de quien descubre América. Messi marcó por donde siempre.
El Madrid no tuvo ni aliento ni reacción. El Barcelona, entretanto, comprendió que no hay mejor motivación que el despecho, nada más inspirador que sentirse abandonado por quien nos amó. La crisis que algunos diagnosticamos no es tan grande como para negarle una victoria ante el Madrid en el Bernabéu. Ahora veremos qué hace con los puntos, si se los queda o se los regala al Atlético.(Fuente)
No hay comentarios:
Publicar un comentario