El primer ruego era no hacerse daño y no fue atendido. Jesé se lesionó a los dos minutos después de un empellón del pétreo Kolasinac, 20 años y 85 kilos de músculo y hormonas. No fue una acción violenta. Quizá torpe, tal vez exagerada, seguramente innecesaria. Pero no hay agresor al que responsabilizar ni más culpable que el destino. Jesé proseguirá con su doctorado en paciencia, sólo que con una pierna en alto. Volverá mejor, todavía mejor.
El Madrid quedó algo conmocionado por la lesión. Es natural, uno se preocupa. Por el compañero y por los ligamentos propios. Bale entró en el minuto siete, después de un tiro de Huntelaar entre palos, el primero del partido. Buen delantero, toda su vida a un palmo de la excelencia. A un palmo insalvable.
Mientras el Madrid se centraba pudimos observar la elegancia de cisne de Julian Draxler, frío como todos los de su especie, congelado esta noche. También nos iluminó la electricidad del pequeño Max Meyer, un chico que debió nacer al sur de los Pirineos.
A continuación fue el turno de los de blanco. Nacho dejó detalles de estupendo lateral en un par de incorporaciones al ataque que culminó con buenos centros al área; se confirma que el muchacho tiene más utilidades que una navaja suiza. Después fue Morata quien ocupó el escenario. Le vimos dinámico, generoso, atento a la jerarquía (a Cristiano) y algo fallón en el remate. Su error más doloroso fue desaprovechar un regalo de Bale, que había superado a Matip como un purasangre a un percherón. Se escucharon algunos pitos y Ancelotti respondió a ellos con un aplauso. Cada vez se parece más a Spencer Tracy.
Pero sería demasiado simple juzgar a Morata por lo mucho que se le resistió el gol. Desde la mediapunta, promovió la jugada que desembocó en el tanto de Cristiano (pase de Bale), provocó un penalti (no pitado) y marcó por fin. De un modo u otro, participó en la mayoría de acciones de ataque. Jesé encaja mejor en la definición de niño prodigio por su pasado rebelde y su mirada indescifrable, pero Morata tiene un futuro igualmente brillante.
El empate del Schalke fue un accidente, una maceta que cae desde una cornisa. Hoogland no supo ni cómo celebrarlo. Chutó, Ramos desvió la pelota e Iker se vio burlado por el infortunio. El Madrid se quitó el polvo de la camisa y dio paso a otros actores. Isco tomó el micrófono para alimentar su idilio con el Bernabéu, que cuando le observa se acuerda de Butragueño y de otros superhéroes bajitos. Bale, entretanto, peinó la banda derecha con carreras preciosas y pases exquisitos. Hasta Casemiro destacó. Sólo Illarra se quedó algo atrás. Aún le faltan hervores o vaquillas.
Cristiano marcó otra vez para igualar a Puskas y para aliviarse los picores (también estrelló dos balones en los palos). Después lo consiguió Morata, para ahuyentar fantasmas y nubes negras. Los números hacen el resumen. El Madrid ha eliminado al Schalke por un global de nueve goles a dos y la afición alemana todavía canta a estas horas. Benditos. Los alemanes que siguen en competición no resultarán tan simpáticos.(Fuente)
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