Los jugadores se sientan en el vestuario antes de que llegue el entrenador. Aguardan pacientemente, ya que saben con exactitud lo que se espera de ellos: “Rendir al máximo de su capacidad”.
El vestuario es un terreno sagrado. El último bastión del entrenador, donde se libran batallas y se celebran victorias. Las camisetas que se ven en los colgadores acompañarán a sus propietarios en la cancha. Los futbolistas tienen muchas formas distintas de infundirse confianza: algunos se arremangan y otros llevan siempre la elástica larga en todas las situaciones. Hay quienes incluso se atan cintas en los brazos para realzar los bíceps.
El capitán siempre destaca, ya que es el encargado de intercambiar el banderín antes de que empiecen los partidos. Su brazalete es una insignia de honor, como los galones de un general.
Las supersticiones de los jugadores ya son conocidas. Algunos llaman a un ser querido antes de los partidos, y otros prefieren escuchar su canción preferida. Unos cuantos escriben los nombres de sus padres en las espinilleras. En este sentido, los futbolistas son intérpretes, igual que los actores de Broadway de West Side Story que rezan antes de salir al escenario.
A medida que se acerca la hora del saque inicial, los jugadores forman en el túnel. Es un momento de absoluta concentración, la calma que precede a la tormenta. Las estrellas del espectáculo se atan las botas y pisan con fuerza el suelo, preparándose para lo que les espera. El técnico transmite sus últimas instrucciones, alecciona a sus hombres y los once jugadores caminan juntos, desfilando con aire marcial.
Cuando los jugadores entran en el campo, puede verse la emoción en sus rostros, mientras esperan el sonido del pitido del árbitro.(Fuente)
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