El once de El Salvador en el desempate ante Honduras (Imago).
Cuatro días, cien horas, 1.900 víctimas, tres partidos de fútbol, una guerra. El absurdo rozó no lo surrealista sino los hechos fatalmente acontecidos cuando Honduras y El Salvador, con la excusa del balompié en una tremenda eliminatoria mundialista, zanjaron deudas pendientes de malos vecinos con una cruenta guerra auténtica en 1969, del 14 al 18 de julio.
En un clima de hostilidades políticas previas entre ambos países, vecinos en la convulsa y pobre Centroamérica, el sorteo de la Concacaf deparó el temido duelo entre Honduras y El Salvador por la única plaza de la zona para la fase final del Mundial de 1970 en México. Sí, el ganado por Pelé.
El 8 de junio, en la ida, los hondureños se impusieron por 1-0 a los salvadoreños con gol de Cardona en el último minuto, por lo que una semana después en San Salvador bastaba un empate. Pero el clima prebélico entre dos países ya enfrentados por el problema de la inmigración campesina se apreciaba en cada detalle, en cada titular de la prensa, siempre un reflejo del estado de ánimo de la sociedad.
En Tegucigalpa, la afición local había impedido el descanso nocturno del rival rodeando el hotel de concentración y armando bulla. Así que tal era el ánimo de revancha que los jugadores de Honduras llegaron en la vuelta en coches blindados al estadio de la Flor Blanca. Y allí, tras un partido perdido claramente por 3-0, los hinchas hondureños fueron perseguidos hasta el paso fronterizo de El Amatillo. La afrenta la devolvió Honduras con la persecución de muchos salvadoreños que vivían en el país. Destruidos sus negocios y hogares, ambos gobiernos tenían claro que el uso de la fuerza era inminente.
Así que el triunfo, por 3-0, superaba el ‘match-ball’ para El Salvador y forzaba (no contaba entonces en las mecánicas clasificatorias la mayor diferencia de goles) un desempate, fijado por la FIFA para el 27 de junio en el estadio Azteca. Ahí sí que entraban dos y salía uno.
Ese día, y sin conocer qué sucedía en sus respectivos países, los jugadores de ambas selecciones jugaron un encuentro aparentemente normal, con victoria de El Salvador por 3-2 en la prórroga. Luego, al derrotar a Jamaica, los salvadoreños se clasificarían para el Mundial. Pero en sus naciones, ni a 2.000 kilómetros de distancia, la situación era ya bien distinta.
Esa misma mañana, El Salvador llamaba a la formación de milicias, acto preparatorio del ataque masivo del 14 de julio con la ocupación de 1.600 hectáreas de suelo hondureño. El fútbol no había calmado sino incendiado aún más las divergencias históricas entre los vecinos mal avenidos. La guerra duró cuatro días hasta que la presión de la OEA (Organización de Estados Americanos) evitó que El Salvador progresara por la fuerza en su idea de alcanzar una salida al Caribe a través de Honduras y se retiró. Hasta 1980, once años después, no restablecieron ambas naciones las relaciones formales.
El libro de Kapuscinski y la alegria salvadoreña en México DF (Imago).
* El periodista polaco Ryszard Kapuscinski vivió en primera persona la guerra desde su llegada a Tegucigalpa y dejó para siempre el libro ‘La guerra del fútbol’, un conflicto también llamado La guerra de las 100 horas de cuando el fútbol fue la continuación de la guerra por otros medios.
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