Desde experimentados curtidos en mil batallas con títulos en su haber (Ranieri oAncelotti) a amigos personales que habían logrado éxito en su patria (Hiddink), sin olvidar portugueses de nueva cuña que imponían ideas vanguardistas ya con gloria en sus currículums (Mourinho y Villas-Boas). Roman Abramovich era un millonario enamorado de la Premier, la que desde bien pequeño había seguido de cerca y aquella que desde la distancia le mantenía ligado a un fútbol que nunca practicó, pero que siempre le aportaba ratos ociosos en su ajetreada vida de negocios. Pero aquella tarde, su decepción le obligó a reaccionar, pues como él mismo apuntilló después, estaba cansado de ver siempre levantar los títulos al Manchester United.
Capacitado como para que aquello que le incomoda pueda ser solventado por sus propias manos (mejor dicho, por sus bolsillos), presentó 170 millones de euros para adquirir un equipo que fuera capaz de competir a corto plazo con los Red Devils y al que dotar de su identidad ganadora. El elegido, únicamente porque Londres era el epicentro ideal por sus empresas e infraestructuras en la capital, fue el Chelsea.
El magnate se hizo cargo del sentimiento Blue en 2003, aportando estrellas a base de talonario y multiplicando éxitos en su historia a pasos agigantados. Fuertes inversiones y proyectos ambiciosos que, pese a que ahora puedan haber encontrado una lectura normal (sobre todo a raíz de la aparición del Manchester City, PSG o Málaga), impactaron como nunca en las tradiciones del fútbol inglés. Se rodeó de los mejores especialistas cada temporada y desde la sombra, la que decidió tomar consciente de la presión que los medios podían causar a su persona, sin levantar jamás la voz, ejecutaba sus decisiones en busca de la perfección que se le resistía. Porque aún sí fue capaz de coronarse campeón en Premier, acumular copas y hasta competir en Europa, la corona de la Champions le había dado la espalda. Como si de un castigo divino se tratara, cada vez que rozaba la gloria, un Morientes con un Mónaco inspirado, un Iniesta para la posteridad o un resbalón desafortunado, tumbaban sus esperanzas. Aquello no hizo sino acumular más sensaciones obsesivas en su objetivo.
Pero en la temporada en la que toda esperanza estaba perdida tras el enésimo fracaso en la elección de su líder de vestuario (Villas-Boas), con el equipo más criticado de su etapa por la supuesta veteranía que les asolaba y sin un referente de banquillo durante los tres meses definitivos del curso (Di Matteo no solo era un simple asistente sino que la etiqueta de ‘interino’ aún no le ha abandonado), se topaba con la oportunidad de su vida. Los condicionantes eran, otra vez, grises pues pese a venir de ganar la FA Cup con la moral que eso supone, el equipo había quedado fuera de zona Champions y tenía que lograr la ‘machada’ de imponerse al favorito Bayern de Múnich en su propio estadio.
El final, nuevamente inesperado, rompió todos los pronósticos con una victoria épica jamás contada. Cumpliendo su objetivo nueve años después, con 900 millones de euros (sin poder contar salarios, lo que lo multiplicaría muchísimo más) menos en su cuenta corriente y con la risa de quien se sabe rey de Europa, Abramovich por fin ha terminado su café. El de aquella tarde en la que recibió la llamada del fútbol, que ahora le paga a su manera por los servicios prestados. (Fuente)
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